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Testo Las Pequeñas Cosas
Testo Las Pequeñas Cosas
No encuentro la felicidad en las pequeñas cosas.
Las pequeñas cosas de la vida no me bastan.
No me basta con el que dicen su encanto inefable,
aquel que tanta poesía en nombre suyo causa.
Una velada amena, pongamos por ejemplo;
ese goce humilde de las pequeñas cosas;
ese goce humilde no me satisface, ni me basta, digamos, el temblor de una rosa.
Y sé que voy a estar insatisfecho eternamente.
Sé que voy a ser infeliz toda mi vida.
Porque es verdad que el hombre sabio en ello se deleita,
y yo mismo sé que en ello reside la armonía.
Pero este corazón mío es un pozo sin fondo.
Y me digo que algo habrá más allá de estas minucias
de las que acaso solo gocen quienes, dignos del Olimpo,
se basten para sí con las mieles más insulsas.
Ah... las pequeñas cosas.
Oh... su encanto inefable.
Ese goce humilde de las pequeñas cosas, esa dicha angélica, esas pálidas rosas:
No me satisfacen.
No me son suficientes.
De ningún modo me basta el encanto indolente
a mi modo de ver.
No encuentro la felicidad, francamente,
en las pequeñas cosas...
de la vida.
Muy al contrario a mí se me hace necesaria otra medida,
y no es posible verme sonreir por menos de ella.
Los éxtasis de la vida ―que nunca he alcanzado―,
o cuanto pueda de sublime tener la existencia.
Cómo no aspirar entonces a poseer la gracia
de arder en un altar de pasiones delirantes
cuyo bárbaro clímax no conozca decaimiento.
¿No es acaso esto lo humanamente deseable?
¿O puede acaso compararse un amor heróico
con tal vez veinte años de muermo ininterrumpido?
¿Puede acaso compararse el lustre de la gloria
con estas aguas turbias que somos del olvido?
Así pues cállense todos los poetas lelos,
y todos los panegiristas de las pequeñas cosas,
porque esta perra insatisfacción del alma no se aplaca
como ellos pretenden con cuatro bicocas.
Ah... las pequeñas cosas.
Oh... su encanto inefable.
Ese goce humilde de las pequeñas cosas,
esa dicha angélica, esas pálidas rosas:
No me satisfacen.
No me son suficientes.
De ningún modo me basta el encanto indolente
a mi modo de ver.
No encuentro la felicidad, francamente,
en las pequeñas cosas...
de la vida.
Las pequeñas cosas de la vida no me bastan.
No me basta con el que dicen su encanto inefable,
aquel que tanta poesía en nombre suyo causa.
Una velada amena, pongamos por ejemplo;
ese goce humilde de las pequeñas cosas;
ese goce humilde no me satisface, ni me basta, digamos, el temblor de una rosa.
Y sé que voy a estar insatisfecho eternamente.
Sé que voy a ser infeliz toda mi vida.
Porque es verdad que el hombre sabio en ello se deleita,
y yo mismo sé que en ello reside la armonía.
Pero este corazón mío es un pozo sin fondo.
Y me digo que algo habrá más allá de estas minucias
de las que acaso solo gocen quienes, dignos del Olimpo,
se basten para sí con las mieles más insulsas.
Ah... las pequeñas cosas.
Oh... su encanto inefable.
Ese goce humilde de las pequeñas cosas, esa dicha angélica, esas pálidas rosas:
No me satisfacen.
No me son suficientes.
De ningún modo me basta el encanto indolente
a mi modo de ver.
No encuentro la felicidad, francamente,
en las pequeñas cosas...
de la vida.
Muy al contrario a mí se me hace necesaria otra medida,
y no es posible verme sonreir por menos de ella.
Los éxtasis de la vida ―que nunca he alcanzado―,
o cuanto pueda de sublime tener la existencia.
Cómo no aspirar entonces a poseer la gracia
de arder en un altar de pasiones delirantes
cuyo bárbaro clímax no conozca decaimiento.
¿No es acaso esto lo humanamente deseable?
¿O puede acaso compararse un amor heróico
con tal vez veinte años de muermo ininterrumpido?
¿Puede acaso compararse el lustre de la gloria
con estas aguas turbias que somos del olvido?
Así pues cállense todos los poetas lelos,
y todos los panegiristas de las pequeñas cosas,
porque esta perra insatisfacción del alma no se aplaca
como ellos pretenden con cuatro bicocas.
Ah... las pequeñas cosas.
Oh... su encanto inefable.
Ese goce humilde de las pequeñas cosas,
esa dicha angélica, esas pálidas rosas:
No me satisfacen.
No me son suficientes.
De ningún modo me basta el encanto indolente
a mi modo de ver.
No encuentro la felicidad, francamente,
en las pequeñas cosas...
de la vida.
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